lunes, 22 de marzo de 2010

Eterna obsesión



Otra vez ese sonido. Ese retumbar de las ventanas estremecidas ante el paso cercano de los coches. Inquietante. Cómo si solo cuatro paredes no fueran capaces de salvaguardar mis hombros. Recuerdo cómo mi padre me decía que eran la parte más importante del cuerpo. Las palabras de un viejo judoca. Recuerdos, me invaden miles de imágenes como si de los fotogramas de una película se tratase. Recuerdo la lluvia, su sonido. Y aquel patio, como me gustaba aquel patio. El olor del aire impuro, sentía como contaminaba todo mi cuerpo.  Pero, como echo de menos ese aire.
Aquella luz inconfundible, el Sol, las alturas, la gente, las risas, los llantos… Los días en que sabía que venían mis abuelos de visita son inolvidables. Siempre la misma sensación, la misma vergüenza infantil al verlos por primera vez después de muchos meses sin abrazarlos. El día de Reyes. La nieve, una enorme plaza infestada de pequeños puestos con luces y un paisaje teñido del rojo y blanco de la Navidad. Sigo sin ser capaz de dejar de emocionarme al recordar aquella sensación en la que el sonido de las melodías navideñas se perdía entre el bullicio de la muchedumbre. 
Aunque sin duda, lo que más recuerdo de aquel sitio, son las luces. Las vueltas a casa pasando por aquella calle interminable, mirando siempre bien alto, mirando al cielo. Oscuridad que se veía precisamente perturbada por aquellas luces cuyo recuerdo me sigue inquietando. Una hilera perfecta de destellos que dibujaban mágicas esferas en el camino. Y luego venia el túnel, la carretera, el sonido de los coches de nuevo y… nada. Cerraba los ojos.
Como añoro aquella cuidad. Benditos trece años.

0 críticas destructivas: